Por: Luis Figueroa
Cuando yo estaba en Sexto grado de primaria y para la clase de Geografía, doña Rebeca nos asignó la tarea individual de contar un viaje a algún país del mundo. A mí me tocó Israel y a mi amigo, Rémy, le tocó Japón.
Como una de mis abuelas tenía relación con una agencia de viajes, aparte de identificar los lugares de interés en Israel (Jerusalén, Tel Aviv y los lugares místicos) mi presentación tenía información detallada sobre precios de vuelos, distancias, precios de hoteles y más. Era técnicamente impecable…pero aburrida.
En cambio, la de Remy incluyó una escala en Hawaii donde le entro dentifrico en el ojo, hecho que lo llevó al hospital y a perder la conexión para Japón. Ya en aquel país, su viaje fue una aventura, apendimos sobre Japón y fue muy divertida.
Luego de alegrarme por mi amigo, en esa ocasión decidí que nunca más haría una presentación que fuera 100% seria. Decidí que siempre haría reír a la audiencia.
Personalmente creo que no me sale mal. Por ejemplo, en 2019, durante el Foro Internacional del Capitalismo ofrecí una charla titulada Benjamín Franklin, el superhombre; y en esa ocasión entré al auditorium corriendo con un barrilete y una llave, como si fuera a elevar el cometa. En otra ocasión conté como fue que -después del terremoto de 1976- se perdieron los huesos de uno de mis tíos abuelos, en el Cementerio General, y nunca más se supo de ellos. En esta versión no cuento la anécdota; pero igual te la comparto. A veces mi sentido del humor es retorcido.
Todo aquello viene al caso porque Formación Contínua organizó un taller titulado Mejora tus presentaciones en PowerPoint; y el expositor fue Gabriel Calzada. No me sorprendió que el Rector usara chistes en sus presentaciones -porque lo he visto en acción en otras ocasiones-; pero si me llamó la atención la cantidad e intensidad de chistes que hay en sus exposiciones.
Aunque no tengo empacho en hacer reír al público desde el podio; siempre tuve la idea de que las presentaciones en PowerPoint deberían ser más serias como una forma de contraste -asegurándome de que no fueran aburridas-. De cuando en cuando puedo incluir un Homero Simpson, o algo de cultura pop en alguna presentación; pero no mucho más.
Cuando oía los consejos de Gabriel y veía sus ejemplos pensé en Japón, en Rémy y en el valor del sentido del humor. Me alegré de haber asistido al taller porque si uno puede reírse de lo que es desperciable y negarle valor metafísico -mediante el sentido del humor- a lo que es malvado, ¿por qué desperdiciar la ocasión? ¿Por qué hacer algo solemne, si el resultado puede ser mejor cuando es alegre?